Las adicciones sin sustancia son el nuevo reto de la salud mental

El concepto de adicción ha traspasado los límites tradicionales de las drogas, el alcohol o el tabaco, ahora se enfrenta una nueva generación de dependencias que, aunque menos visibles, resultan igual de preocupantes. Las nuevas adicciones se esconden detrás de pantallas, algoritmos, aplicaciones y comportamientos cotidianos que han transformado la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. No se trata de sustancias químicas, sino de estímulos digitales y dinámicas sociales que generan placer inmediato y un sentido ilusorio de conexión y control.
El avance tecnológico con la expansión de las redes sociales y el acceso ilimitado a información han cambiado la estructura del tiempo libre y del ocio. La línea entre lo necesario y lo excesivo se ha vuelto difusa, lo que antes era una herramienta de comunicación o de trabajo, hoy puede convertirse en una fuente de ansiedad, aislamiento o dependencia psicológica. Los expertos en salud mental advierten que el problema no radica en la tecnología en sí, sino en el uso desmedido y la pérdida de control que muchas personas experimentan sin ser plenamente conscientes, para este tipo de casos existen lugares como centro de desintoxicación Sevilla o la clínica de desintoxicación Barcelona.
El auge de las adicciones comportamentales
El término “adicciones sin sustancia” o “adicciones comportamentales” ha ganado terreno en el ámbito clínico y académico, estas conductas generan placer o alivio emocional momentáneo, pero con el tiempo pueden provocar consecuencias negativas similares a las de una adicción química. Entre ellas se incluyen la dependencia al teléfono móvil, a los videojuegos, a las redes sociales, al trabajo, a las compras en línea o incluso al ejercicio extremo.
La adicción a las redes sociales es quizá la más extendida con plataformas como Instagram, TikTok o X (antiguo Twitter) han desarrollado sistemas de recompensa inmediata que mantienen al usuario en un ciclo constante de notificaciones, “me gusta” y validación externa. Cada interacción positiva libera dopamina en el cerebro, un neurotransmisor asociado al placer, lo que refuerza el comportamiento y lo convierte en un hábito difícil de romper, la consecuencia es una sociedad cada vez más pendiente de su imagen digital y menos conectada con la realidad física.
Los videojuegos por su parte, han pasado de ser un entretenimiento a convertirse en una posible fuente de dependencia, especialmente entre los jóvenes. El diseño de muchos juegos incorpora estrategias psicológicas similares a las utilizadas en los casinos, con recompensas aleatorias, niveles de dificultad progresiva y estímulos constantes, por eso la Organización Mundial de la Salud reconoció en 2018 el “trastorno por videojuegos” como una enfermedad mental, lo que evidencia la magnitud del fenómeno.
La hiperconectividad como nueva forma de aislamiento
El trabajo remoto, la educación online y la comunicación instantánea han normalizado una disponibilidad permanente que erosiona los límites entre la vida personal y profesional. Esta hiperconectividad constante puede derivar en una forma de aislamiento emocional: se multiplica la interacción superficial, pero se reduce el contacto humano genuino, paradójicamente, cuanto más conectados estamos, más solos nos sentimos.
Los expertos en psicología social sostienen que el problema no radica únicamente en el exceso de uso, sino en el tipo de contenido que consumimos y en cómo influye en nuestra percepción del mundo. La exposición continua a vidas idealizadas, cuerpos perfectos y éxitos ajenos genera comparaciones constantes que afectan la autoestima y fomentan la frustración. La adicción digital no solo modifica la conducta, sino también la manera en que nos valoramos y entendemos nuestras propias experiencias.
Nuevas formas de dependencia cotidiana
Más allá del ámbito digital, otras formas de adicción moderna se manifiestan en comportamientos aparentemente inofensivos como el “workaholism”, o adicción al trabajo, se ha convertido en un rasgo distintivo de la sociedad productivista. La necesidad de demostrar eficacia y éxito, impulsada por la cultura de la inmediatez, conduce a jornadas interminables y a un agotamiento emocional profundo. Esta forma de dependencia, lejos de ser socialmente censurada, suele estar premiada, lo que la hace aún más peligrosa.
También ha emergido el fenómeno de las compras compulsivas, potenciado por la facilidad del comercio electrónico con la posibilidad de adquirir cualquier producto con un solo clic, junto con las estrategias de marketing personalizadas, ha creado un entorno propicio para el consumo impulsivo. En muchos casos las compras no responden a una necesidad real, sino a una búsqueda de alivio emocional frente al estrés o la ansiedad.
El consumo compulsivo de comida ultraprocesada, rica en azúcares y grasas, activa los mismos mecanismos cerebrales de recompensa que otras sustancias adictivas. Esta dependencia alimentaria, combinada con el sedentarismo derivado del uso prolongado de pantallas, contribuye al aumento de los problemas de salud física y mental en la población.



